12 de Noviembre natalicio de Sor Juana

Evocación a Sor Juana en su cumpleaños

Sor Juana y Quevedo...todo se puede decir

Las palabras eran perlas con las que podría hacer collares, ladrillos con los que construiría castillos, lodo con el que fabricaría personas...

Sor Juana precursora de la nueva mujer I

La palabra de sor Juana se edifica frente a una prohibición…Su decir nos lleva a lo que no se puede decir...

Sor Juana precursora de la nueva mujer II

Curiosa irredenta, estudiosa del mundo que le tocó vivir, poeta, mujer misterio, fiel a su vocación

Mujeres inconvenientes, sin centavear

Su producción literaria se caracteriza por su sinceridad y fuerza, que alcanzan tonos desconocidos de sus contemporáneos

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3 de enero de 2015

La Jornada: Dos retratos de Sor Juana

Teresa del Conde
H
oy día podemos examinar sin trámite alguno en el Palacio de Bellas Artes (segundo piso) el retrato de Sor Juana, por Juan de Miranda, perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, Rectoría) y contrastarlo con el de Miguel Cabrera, que es posterior.
La leyenda que ostenta el retrato de Juan de Miranda, llamado copia (es decir copia de la modelo según esa leyenda) termina con requiem, por tanto, un retrato póstumo y debido al uso moderno de la palabra copia no queda claro si es réplica basada en un supuesto autorretrato de ella, en cuyo caso a sus innumerales dotes hubiera añadido pericia pictórica.
Hay otro retrato, que está en el Museo de Filadelfia, que no se ha exhibido en México. Según los especialistas, tampoco éste es de mano de Sor Juana.
Uno más, perdido, fue litografiado por Lucas de Valdés, pero tampoco se sabe si el original fue realizado por Sor Juana. Octavio Paz fue un consumado ensayista, además de un lector insaciable, pero no fue propiamente hablando un investigador que persiguiera con tenacidad obsesiva un tema en lo particular. El más reciente ensayo sobre los retratos, gracias a la pluma de José Pascual Buxó, puede acarrear mayores luces.
Yo supondría que Paz sí vio el retrato de Sor Juana por Juan de Miranda, no con demasiada atención o bien lo hizo de manera apresurada. En su libro Sor Juana y las trampas de la fe se entretuvo demasiado en una larga diatriba que entabló con nuestro venerado Francisco de la Maza.
Hay más retratos que se han perdido o que no han sido localizados, alguno o algunos fueron regalados por Sor Juana a la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, y la constancia que existe la proporciona ella misma.
La confusión sobre sus posibles prácticas pictóricas en buena parte se debe a que en su caso la palabra copiase usaba tanto en el sentido actual de imitación (reproducción de otra pintura), como de retrato (copia del modelo de carne y hueso).
Dada la enjundia de la modelo, el retrato que pertenece a la UNAM llega a tener carácter de reliquia, pero desde mi punto de vista como pintura retratística sea novohispana o de cualquier latitud en el siglo XVII, no es excelente.
Todos los retratos de Sor Juana derivan de una fuente común y por lo menos estamos ciertos de que el rostro se corresponde con el de la poeta, ya sea que el de Miranda sea o no copia del de Filadelfia, de otro que se ha perdido o de alguna obra desconocida para la que Sor Juana sí posó directamente.
El rostro plasmado tanto por De Miranda, como Cabrera, no es un esquema ni una idealización, parece realmente fidedigno a partir de una fisonomía posada, pues todas las fisonomías conocidas coinciden.
El de Miranda es muy plano y la figura de la monja, desde el aspecto visual común, parece apeada en una especie de pedestal que mediría aproximadamente más de un metro de altura.
Ese pedestal corresponde no sólo a la amplitud de un miriñaque, sino a un cono truncado sobre el que está parada la modelo, cuya cabeza cabe más de nueve veces en relación con la altura de la figura. No es necesario hacer la medición, basta ver la longitud desde la cintura hasta el borde azulado en que termina el hábito. La cosa es que tal alargamiento no es una derivación manierista, como sucede con las figuras del Parmigianino, sino un medio de conferir etiqueta. Aparte la inclinación del libro al que apunta su dedo índice está invertido, eso se debe a que el libro debe someterse al texto que contiene, o sea el soneto de la esperanza “verde embeleso de la vida humana…” Estos son detalles interesantes de observar en dicha pintura, sin menoscabo de su disfrute, sino al contrario.
El retrato de Cabrera, proveniente del Museo Nacional de Historia, es mayormente pictoricista y, aunque de carácter oficial, es de mejor pincel, baste detectar la configuración de las manos. Igual ignoro si Octavio Paz lo vio o no, porque él anota que “los ojos no nos miran…” y es contundente no sólo que hacen contacto de ojo con el espectador, sino que siguen la propia vista, el iris mirándonos un poco de reojo, como sucede con la fisonomía realizada por Miranda.
Los ojos del pincel de Cabrera son ligeramente exoftálmicos (párpados marcados, globo ocular pronunciado hacia afuera). Actualmente uno puede dialogar con estos dos homenajes, y como anota Octavio Paz, visualmente al menos, nos queda idea fija de semblanza y empaque. En el cuadro de Cabrera ella está sentada, pero si imaginariamente la paramos, resultaría casi una giganta, cosa que puede deberse a los siguientes factores: a) es una deferencia hacia al cuadro de Juan de Miranda, b) obedece a la misma licencia poética que la etiqueta determina, c) es resultado de impericia proporcional anatómica. En la misma sala de exhibición hay dos castas de Cabrera que son excelentes muestras de su quehacer pictórico. Eso me lleva a plantearme una pregunta: ¿su retrato de Sor Juana pudiera ser obra de taller que él retocó?

Fecha: Martes 9 de diciembre de 2014 
Fuente:

20 de abril de 2013

Sólo para sorjuanistas


Sólo para sorjuanistas

Linda Egan

 
Sara Poot Herrera,
Los guardaditos de Sor Juana,
UNAM, Textos de Difusión Cultural,
México, 1999.

En Los guardaditos de Sor Juana, Sara Poot Herrera indaga en novedosas investigaciones acerca de la más destacada figura del México colonial. Su libro reúne trece ensayos en torno a una serie de cartas y ensayos que la investigadora caracteriza como "guardaditos" o escritos que la monja barroca no soltó para la circulación pública. Estas cartas y poesías, algunas todavía no atribuibles incontestablemente a Sor Juana, no salieron en las diversas ediciones de su obra que se hicieron antes y poco después de la muerte de la monja. En el caso de Los guardaditos de la profesora Poot Herrera, los textos individualmente representan capítulos de un drama sociopolítico y literario que, al publicarse en su mayoría entre 1995 y 1999, contribuyeron al desarrollo de tópicos críticos que iban surgiendo alrededor de nuevos hallazgos en el campo sorjuanino. El conjunto de estos artículos, ahora en forma de libro, deja ver con mayor claridad aún y una perspectiva global, la red de relaciones entre documentos y personajes que la investigadora destaca. Poot Herrera nos permite entrever causas y efectos que antes parecían más enigmáticos.
En primera instancia estos ensayos enumeran, describen, fechan y, con abundancia y precisión filológicas, glosan cinco descubrimientos que ahora amplían la obra de Sor Juana y los estudios sobre ella: un soneto desconocido hasta 1964; unos Enigmas escritos para monjas en Portugal, publicados en 1968; la llamada Carta de Monterrey con la que, en 1682, Sor Juana despidió a su confesor (hallada en 1980); un final a la comedia La segunda Celestina, atribuido a Sor Juana, hallado en 1990; una Carta de Serafina de Cristo, posiblemente de Sor Juana, descubierta en 1960 y hecha pública en 1995, y otra versión de una Protesta de la fe que la monja parece haber redactado en 1694. Esta Protesta se dio a conocer en 1997.
Gran parte del valor de estos nuevos textos está en su relación con el grueso de los escritos siempre conocidos de Sor Juana; el juego entre lo público y lo privado es el eje organizativo de Los guardaditos. Al explicar selección y ordenamiento de los ensayos, la introducción tal vez sea la mejor reseña de este volumen. En ella, y manifestando su interés por la historia novohispana y la biografía de Sor Juana, dice Poot Herrera que quiso hacer hincapié en los hallazgos recientes y, al mismo tiempo, considerar "cómo había vivido Sor Juana en el convento; o sea, ver sobre todo esa parte de clausura, de intimidad, respecto a la escritora y su creación". Inevitablemente, ver lo privado involucra lo público y oficial, que conlleva la amenaza y la realización de actos de censura. En los textos que siguen, la investigadora entrega lo que ha prometido: una visión de la escritora y su entorno que, mediante un detallismo intenso, revela la vocación de una arqueóloga de la literatura que del verso y la prosa obtiene evidencias que afinan la imagen borrosa de la monja, una visión opacada por los signos de interrogación que todavía penden sobre los estudios sorjuaninos.
Los primeros seis ensayos y el penúltimo están directamente relacionados con las cuestiones de autoría inherentes a los escritos antes desconocidos y los que la crítica ha producido a partir de su descubrimiento. La mayor parte de lo que dice Poot Herrera al respecto se dedica a un examen minucioso de la Carta de Serafina de Cristo y las circunstancias de su producción; el erudito Elías Trabulse ha afirmado en diversos documentos que la carta es un borrón satírico de la famosa autodefensa que Sor Juana iba a redactar un mes después, en 1691: la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla). Sin entrar en el detallismo requerido para aseverar teorías verosímiles al respecto, cabe notar que la postura de Poot Herrera se muestra prudentemente flexible, vacilando entre autocuestionarse o aceptar la afirmación de Trabulse acerca de la autoría del texto; para la fecha de Los guardaditos, la investigadora deja entreabierta esa puerta, satisfecha por la velocidad con que la existencia del texto, escrito por quien fuera, aumenta el tableau dramático que rodeaba la publicación, meses atrás, de una controvertida carta de Sor Juana (la llamada Atenagórica, sobre cuestiones teológicas) y que colocó a la monja en el eje de un huracán de censuras y ?ahora lo sabemos gracias a laSerafina? de elogios también. Desde la perspectiva que tenemos hoy sobre aquel episodio podemos ver que, al perder la batalla por su derecho a expresarse públicamente sobre cuestiones teológicas, Sor Juana no fue a su destino sola: también terminó castigado un sacerdote que, dentro del propio convento de la monja, se había arriesgado a alabar a Sor Juana, precisamente por su agudeza teofilosófica y retórica.
A este nuevo enfoque de debate crítico, la profesora Poot Herrera contribuye con importantes facetas. Aparte de resumir y ordenar datos dispersos, compara la Serafina con escritos conocidos de la monja y revela, persuasivamente, el interés particular de Sor Juana en los tópicos espirituales que más se vinculan al nombre de Serafina, lo cual fortalecería la teoría de Trabulse. A final de cuentas, sin embargo, la importancia fundamental del debate sobre autoría de la Serafina "es que demuestra que el campo sorjuanino sigue vivo, en pie y encaminado hacia nuevos hallazgos y diversidad de visión sobre obra y vida de la monja".
Prueba magistral de la fuerza imperecedera de los estudios sorjuaninos es, en particular, el segundo ensayo de Los guardaditos, "Sor Juana y su mundo, tres siglos después" (primero publicado como introducción al volumen epónimo, editado por la misma Poot Herrera en 1995). El texto es un ejemplo inmejorable de la erudición, del espíritu filológico y de la voz personal de Sara Poot Herrera. En "Sor Juana y su mundo" se propone ver la situación de Sor Juana respecto a su clausura y la censura ejercida contra la monja y su obra.
Otros dos ensayos y gran parte del último (el cual se puede leer a manera de conclusión del volumen) se dedican a la enumeración, descripción y glosa de muchos romances, una de las formas poéticas predilectas de Sor Juana. Otro aspecto de la labor filológica y biográfica de Poot Herrera es que estas lecturas cubren más de tres décadas de escritura e identifican datos que suelen considerarse autobiográficos. En la serie de artículos, la investigadora destaca los múltiples usos del romance, forma de versificación casi conversacional con un fuerte aspecto epistolar y una "presencia femenina" que se vincula a la veneración sorjuanina de la Virgen María y la amistad de la monja con virreinas y otras mujeres nobles, tanto en la Nueva España como en España y Portugal . Acertadamente, Poot Herrera observa que los romances de Sor Juana "son literal y metafóricamente archivos del tiempo" marcado por la monja desde su celda y, además, que "las anáforas de algunos romances, y sus estribillos son testimonios, repeticiones de la vida cotidiana". De hecho, los romances son "parte fundamental de la obra sorjuanina en los que se leen las circunstancias, los diálogos de la época, su cruce intertextual y contextual".
En todos los ensayos de este volumen se fabrican discursos paralelos ?biográfico, autobiográfico y bibliográfico? entre matorrales de datos: nombres, siempre completos, reiterados; fechas precisas, completas y ordenadas cronológicamente (hazaña que por sí sola expone una mina de oro en el campo no solamente sorjuanino sino también novohispano); lugares, geográficamente situados en relación con otros sitios notables en el escenario novohispano; páginas y procedencia de manuscritos examinados y citados; datos bibliográficos exhaustivos y reiterados; enumeraciones continuas y precisas; series que incluyen toda posible permutación, e insistentes genealogías. La erudición de Los guardaditos y la voluntad detallista de su autora no dejan dato sin documentar. Editora y colaboradora de varias antologías de ensayos críticos sobre Sor Juana, Sara Poot Herrera funciona aquí como única autora, cuya mano en la tarea de redactar se manifiesta de la primera a la última página. Los guardaditos, como todas las colecciones que Poot ha traído a la luz, combina la disciplina técnica con la inclusividad filológica. La limpieza textual abre campo para el lector que quiera atravesar esta geografía semántica.
Como si se diera cuenta de que tanto academicismo obliga a conceder un descanso, Poot Herrera nos regala juegos de palabras y otras frases felices. Para citar algunas, dice la profesora que Sor Juana "se supo la mejor de todos y supo que todos supieron que era la mejor" y, respecto a la Carta al padre Núñez con la que Sor Juana despide a su confesor, que la quería muerta al mundo, dice Poot Herrera: "pero Sor Juana estaba y era muy viva". Luego, respecto al texto privilegiado del segundo volumen de sus obras, dice también Poot Herrera que la controvertida Carta Atenagórica, la que da fin a la aventura escritural de la monja, "es corona de un libro y corona de espinas para su autora".
Con razón se podría caracterizar la erudición de Sara Poot Herrera como un tipo único de lectura narrativizada, como una glosa fascinante de erudición ajena. Más que nada, podemos contar con que esta académica ha leído todo material disponible sobre el tema y que es capaz de ordenar infinitos detalles para destacar tensiones, tendencias y otras consecuencias antes no vislumbradas. En un sentido concreto, la autora narra una bibliografía que termina siendo elegante y a veces juguetonamente anotada. Para citar una instancia particularmente dramática, habría que ver su ensayo "La segunda Celestina: ¿de Salazar y Torres y Sor Juana?". Al reunir datos de todas las publicaciones existentes sobre el hallazgo del susodicho drama, Poot Herrera nos ofrece la bibliografía más inteligentemente anotada que se imagine o desee. Para decirlo de otra manera, el texto sobre La segunda Celestina es en sí una reseña crítica y provocadora, un "repaso de trabajos" que pone a nuestra disposición una cantidad de lecturas precisamente calibrada.
En su conjunto, los textos que componen Los guardaditos de Sor Juana teatralizan la propia erudición y, al animar así los hechos enterrados en bibliotecas, incorporan a una Sor Juana a la que podemos ver actuar, más brillante que nunca, como estrella de un drama trascendental, algo así como la figura exageradamente grande de la Marina representada en los Lienzos de Tlaxcala como la fuerza reinante del conflicto entre poderes europeos y americanos. Habiendo sacado de los pliegues de su hábito los "guardaditos" que atesoraba la monja, Poot Herrera magnifica la importancia del rol de aquélla en la vida novohispana. No es ya simplemente la heroína desde siempre reconocida de las letras barrocas, ni sólo la víctima feminista de la misoginia, sino también jugadora hábil y osada en las partidas socioculturales de su momento, contiendas cuyas reglas ella se atrevía a cuestionar, aun a sabiendas de que las consecuencias podrían ser fatales.
En uno de sus observadores más perspicaces ?es decir, en Sara Poot Herrera?, vemos a una cabalista que invoca los mágicos poderes de cifras y hechos para sacar vida a los muertos. Los lectores de Poot Herrera deben ser tan pacientes con su erudición como a su vez Sor Juana lo tenía que ser con los conspiradores que maniobraban su destino. Pero si nosotros, lectores tanto de Poot Herrera como de Sor Juana, nos valemos de tal paciencia, seremos premiados con una visión que otras obras no nos dan de la erudita inmortal del México virreinal, genio y heroína popular que sigue declamando en el teatro de nuestra imaginación.

Fuente: 
Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2000/08/20/sem-libros.html 

18 de diciembre de 2011

Jesusa comparte en escena “la belleza del poema cumbre de Sor Juana”

 La actriz encarna a la monja mediante un montaje inspirado en Primero sueño

Jesusa comparte en escena “la belleza del poema cumbre de Sor Juana”

■ La música preludia los versos que como manantial emergen en la voz de la actriz
Mónica Mateos-Vega
Las luces se apagan en el claustro que tantas veces resguardó los íntimos rezos de una mujer excepcional: Sor Juana Inés de la Cruz. Se enciende una vela que apenas ilumina la figura de la monja, ahora encarnada por la actriz Jesusa Rodríguez.

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