12 de Noviembre natalicio de Sor Juana

Evocación a Sor Juana en su cumpleaños

Sor Juana y Quevedo...todo se puede decir

Las palabras eran perlas con las que podría hacer collares, ladrillos con los que construiría castillos, lodo con el que fabricaría personas...

Sor Juana precursora de la nueva mujer I

La palabra de sor Juana se edifica frente a una prohibición…Su decir nos lleva a lo que no se puede decir...

Sor Juana precursora de la nueva mujer II

Curiosa irredenta, estudiosa del mundo que le tocó vivir, poeta, mujer misterio, fiel a su vocación

Mujeres inconvenientes, sin centavear

Su producción literaria se caracteriza por su sinceridad y fuerza, que alcanzan tonos desconocidos de sus contemporáneos

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7 de diciembre de 2013

Cuento: El infierno de Sor Juana, por Andres Neuman

Este es uno de los 32 cuentos de distinto volumen de "Hacerse el muerto", de Andrés Neuman, en donde ahonda en una ambigüedad entre la risa y la tragedia. 

POR ANDRÉS NEUMAN



La noche en que la conocí, Sor Juana me explicó que todo había sido culpa de la menopausia. Pero la menopausia, objeté con pedantería, es a los cincuenta. Juana me contempló como esos curas que están a punto de castigarte y deciden absolverte. Se me quedo mirando con una sonrisa superior, invitadora, y contestó tranquilamente: tú qué vas a saber de la menopausia de las monjas, guey.

Quince minutos más tarde, Juana pagó las copas. Veintidós minutos más tarde, milagro, encontramos un taxi libre en medio del paseo de la reforma. Cuarenta y tres minutos más tarde, ella brincaba sobre mí, inmovilizándome las muñecas.

Según me confesó, Juana perdió la virginidad con un fraile rubio, una semana antes de abandonar el convento. Para ser más precisos, digamos que perdió la virginidad con seis o siete frailes, no todos ellos rubios, a los treinta y nueve años de edad. Fue, en sus propias palabras, probar apenas uno y quererlos todos, todos, todos. La repetición no es mía, sino de Juana. Así lo contaba ella, con los ojos cerrados y las piernas abiertas.

En cuanto comprendió que nunca más sería digna a los ojos del Señor (cosa que comprendió enseguida), Juana se dejó crecer el cabello, consiguió un trabajo de ayudante en una veterinaria y dedicó todo su tiempo libre (todo, todo, todo) a fornicar con hombres de cualquier edad, raza y religión. El único requisito, según advertía Juana, es que no se enamorasen de ella. Y que se lo prometieran desde el primer día. Yo ya
he estado comprometida con mi Señor, les explicaba (nos explicaba), desde los dieciocho y los treinta y nueve. Y como es imposible aspirar a entregas más altas, ahora quiere sexo, sexo, sexo. Aunque sé que por eso me voy a condenar.

Cualquiera que no se haya acostado con Juana (y reconozcamos que esa posibilidad empieza a ser remota en Ciudad de México) podría desconfiar de semejante frase: “Sé que por eso me voy a condenar”. Y la consideraría quizás una excusa beata. Pero bastaba una sola noche con ella, quizás un breve coito, para comprender hasta qué punto la afirmación de Juana era severa y transparente.

La vida sexual de Juana era mucho más que eso. Que vida, me refiero. Y de no haber sido tan entusiasta, me atrevería a añadir que se trataba justo de lo contrario, de una muerte. Con sus correspondientes, y absolutamente inevitables, resurrecciones carnales. Puedo imaginar los equívocos que esto despertará en las mentes más retorcidas. Extasis espasmódicos. Succiones insondables. Inverosímiles duraciones. Burdas acrobacias. Por Dios, por Dios, por Dios. Lo de Juana era distinto. Llano. Sin posturas incómodas. Sin técnicas orientales. 

Lo de Juana era algo que nuestra civilización casi ha perdido: pura lascivia. Con sus tentaciones irrefrenables, sinceros remordimientos, y reincidencias fatales. Lo increíble era que estos ciclos, que a los demás pueden llevarnos días, meses, años, Juana los resumía en pocos minutos. Intentando una aproximación científica, digamos que la población femenina suele experimentar las fases de excitación, meseta, orgasmo y resolución. Juana en cambio padecía rubor, enajenación, arrepentimiento y recaída. Sin preámbulos. Sin demora. Como una tormenta de verano.

Desde nuestro primer encuentro en su casa, asistí boquiabierto a la liturgia que se repetiría siempre. Juana me desnudaba con brutalidad. Me mordía. Me rechazaba. Se arrancaba la ropa interior y me atraía dentro de ella. Entonces daba comienzo la parte más asombrosa, esa que termina a de capturar mis sentidos y que, de alguna forma, terminó por condenarme: Juana me hablaba. Hablaba, aullaba, rezaba, suplicaba, lloraba, reía, cantaba, daba gracias. Para hacerla ingresar en aquel trance, no hacía falta hazañas físicas de ninguna clase. Sólo había que aceptarla. La recompensa era apabullante. Entre los cientos de obscenidades bíblicas que Juana profería durante el acto, me fascinaban sobre
todo las más simples: “Me fuerzas a pecar, maldito”, “por tu cuerpo ya no tengo perdón”, “me empujas al infierno”, etcétera. Algún escéptico pensará que eran meras exclamaciones de doctrina pero a mí esas cosas me conquistaban. Soy un hombre corriente. No suelo despertar grandes pasiones. Y nunca jamás, entiéndanme, había llevado a nadie hasta el infierno.

Mi tragedia era esta: ¿cómo fornicar después de Juana? ¿Valía la pena salir de las voluptuosas llamas del Averno para acomodarse en las blanduras de un colchón cualquiera? Con ella, cada vez era un acontecimiento. Un placer deplorable. Un acto de maldad trascedente. Con las demás mujeres, el sexo era apenas sexo. Desde que conocí a Juana mis amantes esporádicas, especialmente las progresistas, me parecían tibias, previsibles, de una normalidad desesperante. Lo que hacíamos juntos no era terrible, ni atroz, ni imperdonable. Al tocarnos, ninguno de los dos perdía sus principios. Fingíamos encontrarnos para cenar.

Bromeábamos con cortesía. Nos aburríamos gratamente. Con el tiempo fui pasando de la apatía a la fobia, y llegué a detestar los gestos vacíos que intercambiaba con mis compañeras. Los comienzos precavidos. Las pequeñas contracciones. Los grititos moderados. Ya no sabía estar con nadie, nadie, nadie. La última noche que pasé en casa de Juana, ella estaba vestida como de costumbre: falda ancha y zapatos viejos. Sin peinar. Sin maquillarse. Y con la carne erizada. Cuando se arrancó la ropa y contemplé de nuevo su sexo velludo, no pude evitar besarla y
susurrarle al oído: estoy enamorado, Juana. Ella cerró los muslos de inmediato. Se ovilló en el sofá, alzó el mentón y dijo: entonces vete. Me lo dijo tan seria que ni siquiera tuve fuerzas para insistir. Además, era yo quien había incumplido su promesa. Me vestí avergonzado. Mientras cruzaba la salita poblada de crucifijos y vírgenes, oí que Juana me chistaba. Me volví esperanzado. La vi acercarse desnuda. Caminaba rápido. Se
notaba que tenía los píes fríos. Me miró a los ojos con una mezcla de rencor y compasión. No se puede ir al infierno por amor, me dijo.

Después, se apagó la luz.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/ficcion/Hacerse-muerto-Andres-Neuman-Sor-Juana_0_1036696531.html

  • Revista de Cultura online: Clarín.com



































  • LITERATURA
  • Ficción
  • 26/11/13 - 09:22

25 de agosto de 2013

Revista Algarabía: Los amores de Sor Juana


Los amores de Sor Juana


Los amores de Sor Juana
Mis amores, de paseo por las calles del Centro de esta ciudad he escuchado a los corrillos murmurar fuertes declaraciones acerca de dos personajes imprescindibles de ella: la virreina María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, y la famosa monja poeta, Sor Juana Inés de la Cruz.
Nueva España, 1686
Hace ya seis años que la condesa llegó a la Nueva España acompañando a su marido, el virrey Antonio de la Cerda, y una de las primeras cosas que leyó fue la poesía de sor Juana, que admiró antes de conocerla personalmente.
Desde que las presentaron, poetisa y virreina se cayeron bien y se hicieron muy amigas. Doña María Luisa, quien por cierto, es una mujer bellísima, empezó a visitar con frecuencia el convento de San Jerónimo, donde Sor Juana tiene una enorme celda llena de libros —se dice que son cuatro mil volúmenes— e instrumentos de medición.
Los últimos seis años han sido muy productivos para la monja escritora, quien tal vez se ha sentido muy inspirada a escribir gracias a la influencia de su amiguita la marquesa. Pero Sor Juana escribe unos versos que han escandalizado bastante a la timorata sociedad novohispana. En ellos, describe de forma por demás erótica las características físicas de María Luisa Manrique de Lara. Juana de Asbaje no para de admirar los ojos, los brazos, la boca, el cuello y… otras partes de la anatomía de la condesa, además de sus bellezas espirituales y demás dones que, según Juanita, posee la virreina.
Obviamente, luego de leer los apasionados poemas donde sor Juana le jura a doña María Luisa que la adora y la venera, la gente no deja de hablar, dicen que la monja le ha regalado a su «amiga» un anillo y un retrato suyo, que la Manrique conserva como sus bienes más preciados. ¿Será que estas dos andan? Yo no sé, es muy su vida, pero lo cierto es que me enteré de una noticia que a sor Juana le va a caer como balde de agua helada, y es que el rey de España acaba de nombrar un nuevo virrey, por lo que don Antonio de la Cerda deberá regresar a la Madre Patria en compañía de su bella mujercita. ¿Qué será de la monja poeta sin su noviecita? Ay, no quiero ni pensarlo…
Au revoir!
Revista Algarabía

2 de agosto de 2013

Revista Letras Libres: Sor Juana, contadora

El convento de San Jerónimo administraba edificios y prestaba dinero. Sor Juana, a la par que escribía la poesía más notable de su tiempo, fue ahí contadora. Álvaro Enrigue descubre cómo el lenguaje mercantil enriqueció sus poemas.
Mayo 2013 | Tags: 

20 de abril de 2013

La Juana de Amado


Nota: Imagen disponible en internet, no corresponde al texto original
En Amado Nervo (1870‑1919) coexisten tres figuras recurrentes pero distintas que los años se han encargado de codificar: el poeta popular cuyos poemas se convirtieron en canciones de una cursilería ejemplar muy ad hoc para amas de casa; el escritor modernista de poco talento cuya obra no alcanzó a tocar ninguna de las fibras estéticas de su tiempo. Por último, el hombre de su siglo que practicó el ensayo y la crónica, la poesía y el periodismo, y sin embargo lo mataron las ideas recibidas en su infancia en el seminario donde le inyectaron y preceptos religiosos de baja estofa, que produjeron en él una miserable y pobre visión de Dios y de los seres humanos.
Ninguna de esas tres imágenes le hacen justicia a la obra de un escritor que fue capaz de encarar la tradición -léase modernismo y otros movimientos fin de siglo-, asumirla con el único fin de trascenderla posteriormente. Basta acercarse a las etapas de la producción literaria de Nervo para comprobar su ascesis. La prosa fue su pasión y su gran afán perfeccionista; escribió cuentos y crónicas diversas, y uno de los textos que más lo definen, Juana de Asbaje (1910). Se trata de un libro que leyó Nervo en la Unión Ibero‑Americana de Madrid, el 28 de abril de 1910, como parte de los festejos del centenario de la independencia de México. En ese tiempo, explica Alatorre en su prólogo, un platillo exquisito de información y crítica literaria, "Sor Juana era conocida en México -y en todas partes- por las redondillas contra los Hombres necios, que ni siquiera hacía falta leer, pues muchos las sabían de memoria".
Este libro, que ahora aparece con prólogo y edición de Antonio Alatorre, es sin duda un trabajo pionero, iniciador de la apreciación de la obra y la vida de sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa del siglo XVII, que había sido menospreciada y poco entendida. En su mensaje inicial dice: "Queridos paisanos, Sor Juana es más de lo que ustedes piensan". Y Alatorre agrega: "Ningún mexicano, a lo largo de todo el siglo XIX, había lanzado ese esencialísimo mensaje". Y es que el siglo XIX olvidó rotundamente a Sor Juana. Muchas son las razones, ingratas unas, torpes otras, y casi todas provocadas por la "mira", el punto de vista de la crítica literaria, siempre tan frágil a las tesis aprobadas por mayoría. Nervo traspasó con su Juana de Asbaje esa línea de sombra. Hizo, entre otras cosas, un retrato agudo de la muerte de Sor Juana, la madrugada aquella del 17 de abril, "en que entre cuatro cirios y con un severo traje de mística golondrina, quedó, rígida, tendida, en la capilla del convento, la mujer siempre afable, siempre expresiva, movida siempre por una inteligente y afectuosa actividad; la mujer de grandes ojos luminosos, ventanas del genio, de fina nariz, de boca bella y pródiga en palabras de vida y de sapiencia, que con ágil y elegante andar recorría como una bendición los claustros; la religiosa en todas prendas superlativa; la mujer misteriosa que al nacer traía un alma ya muy vieja, venida de no sé qué mundos superiores, para la cual fue un juego aprender a leer a los tres años, embelesar a los ocho con su discreción y maravillar a los diez y siete con su ciencia!".
Alatorre, que ha polemizado con algunos estudiosos de Sor Juana, gran erudito de los siglos XVI y XVII de la literatura española, ha hecho un trabajo minucioso con el libro. Así, lo pone al alcance no solamente de los especialistas sino de todos los interesados en la literatura, del lector común. Pero primero nos explica los motivos del olvido en que el siglo XIX sumió a Sor Juana. Un botón de muestra. Alatorre alude al "complejo de inferioridad" de la "mayor parte de los críticos mexicanos del siglo XIX, que en su condena del culteranismo se dejaban guiar siempre por lo que decían los españoles". A lo que se agrega la primera Historia de la literatura española escrita por George Ticknor, catedrático de Harvard, para quien Sor Juana fue "más notable como mujer que como poeta; nació en Guipúzcoa en 1651 y murió en México en 1695". Nadie se molestó en decirle a Ticknor, "señor, Sor Juana nació en Nepantla, cerca de Amecameca, ¡por Dios!".
Con su estudio preciso y contundente sobre Sor Juana, Nervo abrió a los especialistas de la literatura del siglo XVII un amplio margen de discusión de los alcances y la dimensión de la obra de la monja jerónima, que aún sigue en pie. Inició además un tema de la opresión a la mujer, que el feminismo del siglo XX ha tomado como bandera. Dice Nervo: "La mujer de aquella época, en la Colonia sobre todo, de santos se daba si la enseñaban a leer, escribir y contar, medianuchamente siquiera". Más aún, subraya que en esa época atrasada "todo el mundo incitó a Sor Juana a versificar, a discurrir, a pensar, con excepción quizá del obispo de Puebla, don Manuel Fernández de Santa Cruz, quien con las enaguas de Sor Philotea de la Cruz le dijo las famosas palabras: 'Mucho tiempo ha gastado v.md. en el estudio de los filósofos y poetas; ya será razón que se perfeccionen los empleos y se mejoren los libros' ".
El análisis de Nervo sigue paso a paso vida y obra de Sor Juana, la ubica, la relaciona con las costumbres, los hábitos y las lecturas de su siglo. En verdad, limpia la imagen de Sor Juana, un acto que era necesario después de un siglo XIX dedicado a menospreciarla o por lo menos a perdonarle algunos sonetos. Juana de Asbaje es una lectura que seguramente iluminó a los lectores de hace casi un siglo. Los tuvo que haber llevado por la vida de Sor Juana, señalándoles sus tropiezos, las presiones que recibió por su condición de mujer y monja, las rendijas que halló para no ceder y escribir, escribir. Hay libros interesantes por su información, guías para seguir a un autor y su obra, eruditos, profundos a fuerza de las reflexiones a que obligan al lector, entretenidos, refrescantes por su prosa clara. El de Nervo reúne esos atributos y se le agrega uno más, que me parece el más significativo: ser pionero en la valoración de sor Juana Inés de la Cruz, en un siglo que la había condenado a la retórica conceptista. Es un libro escrito, se ve claramente, con gusto, y este gusto lo transmite a sus lectores. 
Después de una búsqueda incesante por hallar, primero lo sobrenatural, luego lo "cotidiano poético", y sobre todo el amor que no llegó jamás, Nervo desembocó en el silencio. "De hoy más, sea el silencio mi mejor poesía". La purificación que deseaba no apareció por ningún lado, aunque sin darse cuenta la vivió mediante una rara expiación que hoy llamaríamos autocrítica. De su propia obra fue su propio verdugo. En su Juana de Asbaje dice:
Cuando en mis mocedades solía tomar suavemente el pelo a algunos de mis lectores, escribiendo mallarmeísmos que nadie entendía, sobró quien me llamara maestro; y tuve cenáculo, y dizque fui jefe de escuela y llevé halcón en el puño y lises en el escudo...
En la monja de Nepantla halló no solamente un talento capaz de iluminar la "oscuridad" de su tiempo sino de vaticinar el futuro. Fue su interlocutora a distancia, su encuentro con el artista que es condenado por los dictados de la demencia que conduce a las sombras. La siguió incluso en la última recta del camino; Sor Juana dejó de escribir y, presionada por el obispo de Puebla, "sor Filotea de la Cruz" renunció a sus lecturas. Entonces, dice su primer biógrafo, el padre Calleja, enfermó
esta prodigiosa mujer, de no trabajar con el estudio. Así lo testificaban los médicos, y la hubieron los superiores de dar licencia para que, de fatigarse, viviese. Volvió a sus libros con sed de prohibida, poniéndose rigurosos preceptos de no entrar a celda ninguna, porque en todas era tan bien querida que no podía entrar y salir presto.
Del aislamiento a la muerte sólo hubo un paso. Morir era igual a abandonar el conocimiento. Amado Nervo llegó también a ese momento, "estoy fatigado del alpinismo", y se plantó. Cuando la evoca, la llama "divina sombra", y esta divina sombra lo conquistó de manera absoluta como puede verse en Juana de Asbaje.
Nervo hizo un libro que es ensayo, antología de opiniones diversas de la obra poética de Sor Juana, antología de los textos más rigurosos de ella, biografía mínima, recolección de materiales básicos, como el del padre Calleja, primer biógrafo de la monja jerónima. Nervo entregó un libro que sería siempre recordado por su cálida escritura con que la retrata. Los problemas que cita aún siguen vigentes: ¿cuál es el origen de Sor Juana? ¿Qué significado último es el de su obra mayor, Primero Sueño? ¿Por qué se "dejó morir"? Con gran sencillez, Nervo dice que la respuesta es "el más bello documento que nos queda sobre la vida de la gran monja, el espejo donde se copia su imagen gigantesca. Léanla quienes tengan amor a la Musa no Décima, sino única de aquel tiempo, a la más radiante figura de mujer que haya atravesado nunca por los panoramas de nuestra historia, a la que exclamaba, sin embargo, en la carta misma: '¿De dónde a mí tanto favor? ¿Por ventura soy más que una pobre monja, la más mínima criatura del mundo y la más indigna de ocupar vuestra atención?' ".
No son pocos los méritos del libro que aquí se comenta. Basta decir que constituye la primera lectura total de Sor Juana en el siglo XX.
Amado Nervo
Juana de Asbaje
Introducción y edición
de Antonio Alatorre
CNCA
México, 1994
194 pp.

Fuente: Nexos
Realiado por:
Alvaro Ruiz Abreu. Escritor. Es autor de José Revueltas: Los muros de la utopía
Diponible en:http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=448242
Fecha de publicación: 01/04/1996

30 de marzo de 2013

Revista Letras Libres: Lo jerónimo en Sor Juana


Por Gabriel Zaid

Revista: Letras Libres
Septiembre 2011 | 

Para ofrendar su vida a las letras, Sor Juana decidió refugiarse en un convento. En esta entrega, Gabriel Zaid vierte luz sobre las razones  que llevaron a la Décima Musa a elegir la orden jerónima, decisión que explica el tenor de su vida y obra enteras.
 Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) tuvo una madre soltera, analfabeta y empresaria que tomó a su cargo la hacienda manejada por su padre, un buen lector cuya biblioteca despertó en la nieta el apetito de leer.
Su inteligencia asombraba a todos y molestaba a algunos, como el necio que se atrevió a ofenderla con un epigrama sobre su origen familiar. Ella reviró con otro, “tan sangriento que nos duele en Sor Juana” –dice el padre Alfonso Méndez Plancarte, compilador de susObras completas. Fue una mentada de madre feroz, dos redondillas “que dan el colirio merecido a un soberbio”:


       El no ser de padre honrado
       fuera defecto, a mi ver,
       si como recibí el ser
       de él, se lo hubiera yo dado.

       Más piadosa fue tu madre,
       que hizo que a muchos sucedas
       para que, entre tantos, puedas
        tomar el que más te cuadre.



Con igual desenvoltura, pero sin motivos personales, escribió un
soneto respondiendo al desafío retórico de rimarlo en che:

 Aunque eres, Teresilla, tan muchacha,
le das que hacer al pobre de Camacho,
porque dará tu disimulo un chacho
a aquel que se pintare más sin tacha.

 De los empleos que tu amor despacha
anda el triste cargado como un macho,
y tiene tan crecido ya el penacho
que ya no puede entrar si no se agacha.

 Estás a hacerle burlas ya tan ducha
y a salir de ellas bien estás tan hecha
que de lo que tu vientre desembucha

 sabes darle a entender, cuando sospecha,
que has hecho, por hacer su haciendamucha,
de ajena siembra, suya la cosecha.

No era propio de una mujer, y menos de una monja, escribir así. Y, precisamente por eso –dice Antonio Alatorre en “Sor Juana y los hombres”– escribió este soneto digno de Quevedo: para demostrar que no era menos que los hombres. Octavio Paz, en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, había hecho esa comparación y subrayado algo importante: Ni estos ni otros poemas satíricos de Sor Juana fueron póstumos. Están en la primera edición de sus obras. Ella los envió a su editor en Sevilla sin aspavientos, y él los publicó con las debidas licencias eclesiásticas y del rey. Sor Juana, probablemente, los “consideraba, dentro de su programa vital de emulación literaria, como muestras de su capacidad para acometer todos los géneros en boga, aun los más arriesgados”.
Parece que la censura lo entendió así, porque el Calificador del Santo Oficio de la Inquisición (contra lo que imaginamos de aquellos tiempos) dice “que habiendo leído con singular atención cuanto en este volumen se contiene, nada he hallado que corregir [...] Ni en un ápice ofende, ni la verdad de la religión católica, ni la pureza de las costumbres más santas. Mucho sí que aprender, muchísimo que admirar; conque dejando el oficio de censor, tomara gustoso el de panegirista”...
Sor Juana se midió con los mejores poetas del Siglo de Oro, no solo Quevedo. José Gaos (En torno a la filosofía mexicana) la señala como figura precursora de los humanistas mexicanos “que dieron al siglo XVIII su esplendor: ser religiosos, afán de saber enciclopédico, saber de la ciencia moderna, interés por saber de las cosas naturales y humanas del país y por el progreso y emparejamiento de éste con Europa en los dominios de la cultura”. Sor Juana mostró que el emparejamiento era posible.
Pero Gaos, Paz y Alatorre olvidan a San Jerónimo, un letrado polémico y lenguaraz que creía en la inteligencia de las mujeres. Gracias a él, Sor Juana se sintió legitimada, como retoño de una familia espiritual que la ennoblecía. Su ancestro espiritual era un lector voraz, escribía maravillosamente y no tenía pelos en la lengua.
Juana intentó ser carmelita, pero esa regla tan pesada fue superior a sus fuerzas. ¿Por qué carmelita? Joaquín Antonio Peñalosa hace una buena hipótesis en Alrededores de Sor Juana Inés de la Cruz: a los diecinueve años de edad, Juana buscaba una figura tutelar para su doble vocación de soltera y escritora. Creyó encontrarla en Santa Teresa de Jesús, y, con el espíritu decidido de la reformadora, entró de novicia en la orden de las carmelitas descalzas. Pero los ayunos, penitencias y deberes la enfermaron. Renunció a los tres meses y, después de buscar tres meses más, se fue con las jerónimas para el resto de su vida. Había otros veinte conventos de monjas. ¿Por qué ese? Porque San Jerónimo fue un gran escritor, que creía en las bibliotecas y en la inteligencia femenina.
San Jerónimo creía que las mujeres tienen que hacer cosas más importantes que casarse. Promovió que se dedicaran al estudio, la contemplación y la oración, con tanto éxito que fue acusado de subversivo de la buena sociedad y líder de aristócratas rebeldonas. Su ejemplo era un apoyo frente a la pequeñez moral que no ve en la cultura más que vanidad y perdición. Era posible tener cultura y fe. Era posible ser mujer y letrada. Era legítimo tener una gran biblioteca y dedicarle mucho tiempo. San Jerónimo no quería ser sacerdote, y, cuando lo presionaron, aceptó, a condición de que no lo distrajeran de sus libros, con misas y esas cosas.
En el convento de las jerónimas, Sor Juana se encontró a sí misma. Tenía lo que Virginia Woolf llamó después Un cuarto propio (de hecho, un dúplex). En el “sosegado silencio de mis libros” vivió veintisiete años como una de las cristianas doctas apoyadas por San Jerónimo; contenta de que “debía por el estado eclesiástico profesar letras, y más siendo hija de un San Jerónimo y de una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres, ser idiota hija” (Respuesta a Sor Filotea).
Santa Paula (347-404) fue una patricia romana, “santísima madre mía [...], docta en las lenguas hebrea, griega y latina, y aptísima para interpretar las Escrituras”, que fundó tres conventos para mujeres en Belén, bajo la dirección de San Jerónimo (c. 347-420). Este no fue romano ni patricio, sino un dálmata de familia acomodada, enviado a Roma para estudiar letras clásicas, de las cuales llegó a tener su propia biblioteca. Estudió especialmente el latín de Cicerón y empezó a escribir; pero frecuentaba las catacumbas con otros estudiantes y acabó bautizado. Terminó sus estudios y no supo qué hacer. Convivió con amigos cristianos que volvieron a sus tierras natales (él no quiso volver a la suya); y, finalmente, cargando siempre con su biblioteca, de la que no se separaba, peregrinó a Tierra Santa. En Jerusalén cayó enfermo y tuvo una pesadilla en la cual lo azotaban por ser más ciceroniano que cristiano: por no estudiar la Biblia como estudiaba a los clásicos griegos y latinos. Así que se fue a estudiar la Biblia y el hebreo para leer el Antiguo Testamento en su lengua original, en una ermita del desierto.
Tanto su retiro (leyendo, haciendo penitencia) como la flagelación que soñó han sido tema de cuadros famosos (pueden verse en Google Images). Y hay una anécdota sobre el ingenio burlesco de Quevedo cuando admiraba uno de estos cuadros, invitado por el rey con otros cortesanos. Su detestado Juan Pérez de Montalbán quiso lucirse improvisando una quintilla alusiva:

Los ángeles a porfía
al santo azotes le dan
porque a Cicerón leía...

Y Quevedo lo interrumpe con un cierre inesperado:

¡Cuerpo de Dios! ¡Qué sería
si leyera a Montalbán!

Jerónimo abandonó su vida solitaria porque hasta el desierto iban a buscarlo las disputas teológicas que lo acosaban para que tomara partido. Estuvo en Constantinopla, donde fue discípulo de San Gregorio Nacianceno, estudió la patrística griega y se entusiasmó con el rigor ascético, crítico y textual de Orígenes. Sus conocimientos del griego, latín y hebreo fueron aprovechados en el Primer Concilio de Constantinopla (381), que intentó superar controversias sobre el credo. El papa Dámaso lo retuvo como secretario para asuntos griegos, lo llevó a Roma y le encargó la preparación de una Biblia completa en latín, porque no existía. Había libros sueltos traducidos (no siempre de la lengua original), pero no una edición completa.
Dedicó a esta obra veintidós años (383-405), decidiendo los libros que deberían entrar y el original preferible, retocando algunas traducciones latinas ya existentes y haciendo traducciones nuevas de todo lo demás. Su obra se volvió canónica. Es la famosa Vulgata que, un milenio después, Gutenberg divulgó más que nunca y el Concilio de Trento (1545-1563) declaró oficial. Fue el primer libro impreso con caracteres móviles, el primer bestseller y un ejemplo de belleza tipográfica. Aunque la Vulgata fue escrita en la periferia del Imperio, de su latín admirable se ha dicho que es el último clásico romano (Roberto Heredia Correa, San Jerónimo: Ascetismo y filología). Así como de Sor Juana, aunque escribió en la periferia, se dice que es el broche de oro del Siglo de Oro español.
Hubo en el siglo IV en Roma un grupo de patricias notables por su posición social, su inteligencia y sus deseos de perfección cristiana. Habían tenido noticias de los primeros ermitaños (un movimiento de laicos radicales surgido en Tierra Santa contra el integrismo del cristianismo oficial); y habían admirado una célebre carta de Jerónimo a su amigo Heliodoro, invitándolo al desierto. Es una carta radical, contra los peligros de la familia, de la patria y hasta de los cargos eclesiásticos (Heliodoro iba para obispo, y llegó a serlo): no es mejor ser obispo que ser perfecto. “Y no querer ser perfecto es un delito.”
Santa Marcela (325-410), viuda joven como Paula, había optado por vivir en su palacio del Aventino como en una ermita, dedicada a la oración y el estudio. Esto escandalizó a la aristocracia romana, y aun a sus familiares,  que la despojaron de otras propiedades cuando vieron que  rechazaba a sus pretendientes y vivía ascéticamente. Paula y otras patricias la visitaban, y con ellas formó un círculo de estudios bíblicos, que llevaba años de reunirse cuando el famoso Jerónimo llegó de vuelta a Roma. Marcela decidió reclutarlo como director espiritual y de estudios, cosa que aceptó encantado, porque le hacían preguntas muy inteligentes, que lo obligaban a investigar y reflexionar. La correspondencia con ellas muestra el nivel intelectual que tenían (San Jerónimo, Epistolario, edición bilingüe de Juan Bautista Valero para la Biblioteca de Autores Cristianos).
Jerónimo las animó a estudiar hebreo, no solo griego, y llegó a respetarlas muchísimo. “Yo no hago ninguna diferencia entre las santas mujeres [...], los hombres santos y los príncipes de la Iglesia” (carta a Principia). Naturalmente, se dijo que estaba echándolas a perder, porque las animaba a perfeccionarse, en vez de casarse (había el temor de que la aristocracia romana desapareciera, si no se reproducía); y más aún cuando Blesila, hija de Paula, murió supuestamente por los ayunos excesivos. En este clima adverso (exacerbado por su espíritu combativo) tuvo como defensa la protección del papa; pero la perdió a los tres años de haber llegado a  Roma, porque Dámaso murió. Aunque era considerado papable, y quizá precisamente por eso, los ataques arreciaron. Prudentemente, se fue a Belén a continuar su obra, donde vivió hasta su muerte, protegido por Paula, que lo acompañó, fundó conventos, secundaba sus trabajos filológicos y financiaba todo.
Marcela se quedó en Roma, hasta que llegaron los godos, saquearon la ciudad y (creyendo que escondía dinero y joyas) la torturaron, de lo cual murió a los 85 años. En su elogio póstumo (carta a Principia), dice San Jerónimo: “De sus virtudes, de su ingenio, de su santidad, de la pureza que descubrí en ella, me da apuro hablar, por miedo a exceder los límites de lo creíble y por no aumentar tu dolor con el recuerdo del bien que has perdido. Únicamente diré que todo lo que yo había cosechado tras largo estudio, lo que había convertido como en una especie de segunda naturaleza tras prolongada meditación, ella lo absorbió con avidez, lo aprendió y lo hizo suyo de tal forma que, después de mi partida, cuando surgía una discusión sobre algún texto de las Escrituras, se acudía a ella como a árbitro.”
No solo eso. De Marcela aceptaba los regaños, cuando arrastrado por sus inclinaciones polémicas y satíricas escribía cosas despiadadas. Marcela le llevaba quince o veinte años, era prudente y estaba acostumbrada a mandar. Alguna vez, con burla afectuosa, Jerónimo le dijo en griego: mi ergodioktes (mi capataz).
David S. Wiesen (St. Jerome as a satirist) identifica  numerosos pasajes de la prosa de Jerónimo donde pueden observarse maneras y hasta frases de Horacio, Persio, Juvenal y otros poetas satíricos latinos, esgrimidas con malevolencia poco santa. Frente a esta contradicción fundamental, resulta menor, pero significativa, la contradicción de que el admirador y apoyo de tantas mujeres no evitara la retórica misógina tradicional. Así también Sor Juana, que escribió contra los “hombres necios”, no tuvo inconveniente en hacer escarnio de la supuesta “Teresilla”. ~
Fuente:http://www.letraslibres.com/revista/convivio/lo-jeronimo-en-sor-juana?page=full

25 de febrero de 2013

Inéditos sobre Sor Juana reviven la polémica con Octavio Paz


Inéditos sobre Sor Juana reviven la polémica con Octavio Paz
Inéditos sobre Sor Juana reviven la polémica con Octavio Paz
La Carta de Puebla, escrita por el obispo de esa ciudad Manuel Fernández de Santa Cruz, y una Protesta de la fe, de sor Juana Inés de la Cruz, son documentos que, a decir del especialista en la Décima musa, Alejandro Soriano Vallés, destruyen la imagen que el poeta Octavio Paz y otros estudiosos han ofrecido de ella. Con ellos se desmiente, afirma categórico, que la monja jerónima era víctima de una conjura para silenciarla. Falta ver cuál será la reacción de otros sorjuanólogos destacados.
MÉXICO, D.F., 24 de agosto (Proceso).- Por considerarla uno de los más “aventajados ingenios” de la época, la jerarquía católica de finales del siglo XVII siempre protegió e impulsó la carrera literaria de la monja sor Juana Inés de la Cruz, quien, sin embargo, durante toda su vida antepuso su vocación religiosa a su inclinación por las letras.
A esta conclusión llega el historiador Alejandro Soriano Vallés, con base en documentos localizados recientemente en archivos eclesiásticos y privados, que dará a conocer en su nuevo libro sobre la poetisa, Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del verbo, el cual empezará a circular en octubre próximo.
Entre esos documentos destaca una extensa carta manuscrita que el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, le dirigió a la monja jerónima en marzo de 1691, en la que le aconseja proseguir con sus estudios y su labor literaria.
El libro también incluye una Protesta de la fe que la religiosa escribió en 1695, poco antes de morir, y en la cual refrenda su comunión con Cristo. A la primera edición de este documento –impresa ese mismo año y destinada a las monjas novohispanas– la acompaña un escrito del entonces arzobispo de México, Francisco de Aguiar y Seijas, en el que encomia las virtudes cristianas de Sor Juana.
Esos testimonios de los dos más influyentes jerarcas eclesiásticos de la época –dice el historiador Soriano Vallés–, derrumban la tesis de que ambos persiguieron y reprimieron a la monja, propagada principalmente por el escritor Octavio Paz en su libro Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe.
Soriano asegura:
“No hubo ninguna conjura eclesiástica contra Sor Juana. La Iglesia jamás la persiguió. El obispo de Puebla y el arzobispo de México nunca la reprimieron, como suele afirmarse sin ningún fundamento. Igualmente falsa es la versión de que ella no tenía vocación religiosa y que decidió recluirse en un convento sólo para poder escribir.”
–¿A qué atribuye entonces tales versiones?
–A que Sor Juana es la figura literaria más grande que ha tenido México. Una poetisa a la altura de los grandes genios, como Góngora y Quevedo. Es un personaje tan atractivo que todo mundo quiere apoderarse de él: desde quienes la utilizan como ariete para atacar a la Iglesia, hasta los actuales movimientos feministas y lésbicos que nos la pintan como una monja rebelde, contestataria y lesbiana que tenía relaciones sexuales con la virreina. Son aberrantes fantasías que sólo demuestran una gran ignorancia de las costumbres de su época.
–¿Se distorsionó su figura y la de su entorno?
–Totalmente. Y esta distorsión se dio sobre todo en el siglo XX. Por fortuna, la ciencia histórica se hace con documentos y con pruebas. Y los documentos de primera mano que hemos ido encontrando, de gente que conoció a la monja y escribió sobre ella, nos dicen que fue muy querida y protegida por la sociedad y la jerarquía de su tiempo, al grado de que la Iglesia solía encargarle villancicos y otros trabajos literarios, generalmente muy bien pagados porque sabía que podía hacerlos muy bien. ¿Dónde está la persecución? ¿Dónde está el sometimiento? No aparece por ningún lado. Al contrario, la Iglesia la impulsó tanto al grado de que le daba chamba.
Soriano habla sobre el más reciente hallazgo, la extensa carta de 15 hojas que le dirigió a Sor Juana el obispo de Puebla, Fernández de Santa Cruz, fechada el 20 de marzo de 1691 y a la que se bautizó como La carta de Puebla.
A este documento lo preceden otros tres testimonios escritos relacionados entre sí:
El primero es la Carta Atenagórica, la refutación teológica que le hace Sor Juana al renombrado teólogo jesuita Antonio Vieyra y que hizo publicar el obispo de Puebla en 1690. El obispo después hace sus comentarios sobre dicho texto en la Carta de Sor Filotea de la Cruz, dirigida a Sor Juana. Y la monja le contesta a Fernández de Santa Cruz en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, fechada el 1 de marzo de 1691 y donde defiende su vocación por las letras. Algunos estudiosos señalan que el obispo intentaba reprimirla en su carta y la monja se defendió con la suya.
Ahora, la recién encontrada Carta de Puebla –que es la contestación del obispo a la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz– viene a demostrar, dice Soriano, que no hubo tal pleito entre sor Juana y Fernández de Santa Cruz, sino que, por el contrario, prueba que la apoyó el segundo más influyente jerarca de su época, sólo precedido por el arzobispo Aguiar y Seijas.
En la Carta de Puebla, el obispo Fernández de Santa Cruz le explica a Sor Juana que publicó la Carta Atenagórica para que en Europa se conociera su ingenio:
Debo poner en la noticia de vuestra merced, que uno de los principales motivos que hubo… fue desear manifestar a la Europa, a donde han ido algunas copias, que la América no sólo es rica de minas de plata y oro, sino mucho más de aventajados ingenios.
Luego, el obispo defiende a la monja de los duros ataques que contra ella escribía un crítico embozado que firmaba bajo el seudónimo de “El soldado”, cuya identidad se ignora hasta la fecha:
Soldado parecido a los que hoy militan en la Asalcia, que abrasan más que conquistan, haya poco cortesano salpicado con la tinta de su pluma el candor de su persona de vuestra merced, y que deslumbrado a las luces de su escrito (la Carta atenagórica) que tantos doctos han celebrado, se sienta lastimado y ofendido.
Y le dice que, entre tantos que aplaudieron su disertación teológica de la Carta Atenagórica, “El soldado” es sólo una “piedra tosca” que la está atacando:
Pues si ésta es experimentada verdad justamente debe extrañarse, que su papel de vuestra merced haya merecido tantos discretos que le aplaudan, y que sea sólo una piedra tosca, que haya levantado contra su doctrina.
El obispo le aconseja que ni siquiera se tome la molestia de contestarle a su feroz crítico:
Grande agravio se hiciera vuestra merced, y glorioso castigo diera a ese papel del Soldado, si la mereciera alguna atención o respuesta.También le recomienda que prosiga con sus estudios, pues, dice, “a achaque de letras”, la “receta del médico” es “que estudie más hoy, que sepa más”.
Y le pide que, en concreto, le dé mayor énfasis al estudio de la teología mística, materia en la que ya demostró tener grandes dotes:
Para curar accidente que ocasionó el estudio, le aconsejo que estudie prácticamente dos horas al día en la Místhica Theología.
Explica Soriano que esta Carta de Puebla la encontró el historiador Jesús Peña en el archivo del obispo Fernández de Santa Cruz, localizado en la biblioteca Palafoxiana de la ciudad de Puebla.
“Peña me entregó la carta, pensando que a mí me sería más útil, pues yo llevo 25 años estudiando a Sor Juana”, dice Soriano.
–¿Está plenamente comprobada su autenticidad?
–Por supuesto, el manuscrito se cotejó con otros documentos también hechos a puño y letra por el obispo. Tengo las fotos del legajo, su clasificación en la biblioteca, los testimonios de los bibliotecarios… ¡todo!
Aparte de la Carta de Puebla, dice, en el mismo archivo se localizó una “minuta” de otra carta posterior que le escribió Fernández de Santa Cruz a Sor Juana.
“Las ‘minutas’ eran los resúmenes de cartas. Y este resumen fue hecho por el secretario particular del obispo, de una carta que éste le escribió a Sor Juana el 31 de enero de 1692, casi un año después de haberle escrito la Carta de Puebla”, explica Soriano.
–¿Revela cosas nuevas la “minuta”?
–Sí, por ejemplo, revela que Sor Juana por esas fechas estaba estudiando griego, algo que desconocíamos. Ahí también el obispo la alienta a escribir sobre política, moral y mística. Pero sobre todo, le aconseja que se dedique a la docencia para que así dé frutos más maduros.
Dice textualmente la “minuta”:
Hasta cuándo hemos de ver solamente flores. Ya es tiempo de que vuestra merced dé maduros y sazonados frutos, y pues está en estado de poder enseñar no dé pasos ociosos al aprender…
… Puede vuestra merced explayarse en documentos políticos, morales y místicos.
Comenta Soriano:
“Al parecer, hubo más intercambio epistolar entre Sor Juana y el obispo, pues en estas cartas que conocemos ambos hablan de hechos cuyos antecedentes pueden estar aclarados en otras cartas aún desconocidas por nosotros.”
–¿Llevaban años de tratarse y de cartearse?
–No lo sabemos a ciencia cierta. En la primera carta que conocemos, la Carta de Sor Filotea de la Cruz, escrita por el obispo, éste le dice a Sor Juana que siempre la ha querido, y que al paso de los años no se ha entibiado su cariño hacia ella. Suponemos, entonces, que llevaban años de tratarse.
–¿La Carta de Sor Filotea es también una dura reprimenda a la monja?
–Bueno, en ella el obispo le dice textualmente que no se ocupe tanto de las “rateras noticias de la tierra”, refiriéndose claramente a la poesía. Le pide que ocupe su entendimiento en la teología, pues acababa de demostrar estar versada en la materia. No olvidemos que era el siglo XVII, una época en que la teología estaba muy por encima de la poesía… Y tampoco olvidemos que Sor Juana era una monja. Por desgracia, muchos de aquí se han agarrado para decir que una Iglesia retrograda y oscurantista acalló a nuestro mayor genio literario. Una aseveración  totalmente falsa.
“Es más, el obispo le pide a Sor Juana que le conteste, que se defienda exponiendo sus argumentos. Y Sor Juana los expone en su Respuesta a Sor Filotea, donde le explica su vida y por qué estudia, defiende a las mujeres y las pone en igualdad con los hombres. Su respuesta no la escribió enojada ni indignada, como hoy se malinterpreta. A ese texto se le ha reducido a un furibundo manifiesto feminista.”
–Se dice que el arzobispo de México también reprimió a Sor Juana. ¿Qué dice al respecto?
–Se requieren pruebas para hacer tales afirmaciones. Hasta el momento, todas las pruebas demuestran lo contrario; que Aguiar y Seijas siempre apoyó a Sor Juana. Era su superior jerárquico y el encargado de la diócesis más importante de la Nueva España. Influía mucho en la política de su tiempo y, por supuesto, regulaba la vida de todos los conventos de la Ciudad de México, entre ellos el de San Jerónimo, donde Sor Juana vivía en reclusión.
“Los únicos documentos que testifican la relación entre el arzobispo y Sor Juana son burocráticos. Por ejemplo, los permisos que Sor Juana le pide al arzobispo para realizar inversiones con su dinero, o la solicitud para comprar su celda en 300 pesos, que era una fuerte suma en aquel tiempo. Si realmente la hubiera odiado, el arzobispo Aguiar y Seijas ni siquiera le hubiera permitido tener dinero, pues la monja llevaba voto de pobreza. Pero no, Aguiar y Seijas siempre avaló sus peticiones y le permitió tener una fortuna. Estos documentos los expongo en mi anterior libro, La hora más bella de Sor Juana.”
–¿Es también falso el señalamiento de que Aguiar y Seijas le quitó a la monja su biblioteca de cuatro mil volúmenes y quemó los libros que consideró impíos?
–Es una falsedad. Esa aseveración no tiene ningún fundamento. Todos los testimonios de la gente que trató a Sor Juana nos dicen que la religiosa le regaló al arzobispo los libros y los instrumentos científicos y musicales que poseía, para que éste los vendiera e hiciera caridad con el dinero.
–No parece encajar el que una intelectual haya regalado sus instrumentos de trabajo.
–Quizá no encaje en un intelectual del siglo XXI, pero sí en una religiosa del siglo XVII. Hay que ubicarse en aquella mentalidad. El mayor sacrificio era precisamente despojarse de lo que más se quiere. Ella se despojó de sus libros para ayudar a los pobres en aquellos años de hambrunas. Seguramente le dolió muchísimo.
Maestro en letras por la UNAM, Alejandro Soriano es ensayista, crítico literario y poeta. Actualmente imparte clases de literatura virreinal en la Universidad Iberoamericana. Sobre la monja jerónima ha escrito: Aquella Fénix más rara. Vida de Sor Juana Inés de la Cruz y El “Primero sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz. Bases tomistas, así como La hora más bella de Sor Juana.
El especialista aclara también que la poetisa siguió escribiendo hasta sus últimos días, lo cual prueba que no se le acalló:
“Todavía en 1695, el año de su muerte, escribió la serie de poemas, en forma de acertijos, que se llaman Los enigmas”, dice.
Poco antes de morir, sor Juana refrendó sus votos religiosos en una Protesta de la fe que firmó con su sangre. Este manuscrito se mandó a la imprenta ese mismo año, tan pronto murió la monja a causa de una peste que azotó a la Ciudad de México.
En la carátula de dicha edición se señala que el texto se imprimió para que la protesta de Sor Juana “la repitan todos los días las esposas de Cristo, y por cada vez que así lo hagan, les concede el ilustrísimo señor arzobispo 40 días de indulgencia”.
Soriano explica la trascendencia de este documento hasta hoy desconocido, que también incluirá en su nuevo libro:
“El documento prueba dos cosas: por un lado, que Sor Juana fue una religiosa ejemplar al grado de que refrendó sus votos y éstos se mandaron a imprimir; y por otro, que el mismo arzobispo Aguiar y Seijas la puso como ejemplo ante las demás monjas, al extremo de que les concede 40 días de indulgencias.”
–¿En qué consisten las indulgencias otorgadas por Aguiar y Seijas?
–Las indulgencias son la conmutación de las penas en el purgatorio. Lo que hizo Aguiar y Seijas fue reducirles a las monjas 40 días de estancia en el purgatorio, por cada vez que leyeran los votos de Sor Juana. ¡Imagínese el poder que le estaba dando! ¡El alto concepto que tenía de Sor Juana!
El historiador señala que también está comprobada la autenticidad de esta Protesta de la fe, la cual consiguió en Nueva York el sacerdote José Herrera Alcalá, presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica. Éste después la cedió al Centro de Estudios de Historia de México, del Grupo Carso, que está por lanzar una edición especial del valioso documento.
Soriano asegura que estos testimonios echan por tierra la falsa versión de que hubo una conjura eclesiástica contra Sor Juana. Tesis que han sostenido –dice– Octavio Paz con sus Trampas de la fe; Fernando Benítez en Los demonios en el convento, y especialistas como Antonio Alatorre, Elías Trabulse y el italiano Dario Puccini, entre otros.
El nuevo libro de Soriano, Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del verbo, impreso por editorial Garabatos, recoge los hallazgos recientes sobre la llamada Décima musa, y los complementa con otros testimonios de la época ya conocidos.
“Todas las pruebas finalmente están relacionadas, todas encajan en que no hubo tal conjura, como nos lo hicieron ver desde el principio los primeros biógrafos de Sor Juana. Fue sólo una exaltada fantasía del siglo XX la supuesta persecución contra la monja. Una fantasía que, eso sí debemos reconocer, resultó muy atractiva para nuestra mentalidad actual”, concluye el investigador.  l
Fuente: http://www.proceso.com.mx/?p=102932

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